viernes, 31 de octubre de 2008

TEATRO: "EL BRUJO" YA NO EMBRUJA.

Ayer fui a ver a Rafael Alvarez "El Brujo", un actor inclasificable y genial que se planta solito en escena y que devora el espacio teatral. ¿O ya no? Este montaje ya tiene ocho años y el desgaste se nota. Algunas referencias políticas del momento refrescan el material, pero para los que hayan visto otros montajes suyos (Lazarillo, San Francisco, El Contrabajo...) es una gran decepción por la enorme cantidad de material reciclado de otras obras suyas que aparece y reaparece en todas sus escenificaciones. Al final es como si uno fuera a ver una sóla obra a la que se le añade algo original durante media hora (y esa media hora roza la genialidad); pero esto no basta para compensar el aburrimiento que suscita toparse con las mismas anécdotas y las mismas reflexiones que ya se contaron en espectáculos diferentes. Ayer, más de la mitad de lo que se dijo ya se había dicho en otras obras suyas completamente ajenas y diferentes a esta: es una canibalización que nos hace sospechar que el Brujo o bien se ha vuelto perezoso o bien sufre un embotamiento creativo. Y además, consciente de que algunos ya lo habíamos escuchado contar esas "improvisaciones", las termina representando con poca convicción y con menos gracia.
Así y todo, me encantó esa media hora que nos regaló el Brujo, y además quiero agradecerle que siga desempolvando a poetas clásicos y místicos: recurre con verbigracia y desenfado a Quevedo, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz... mezclando la bufonada con la reflexión profunda. El Brujo resuelve bien esta parte: el problema es que dicha parte es la primera de la función, y la segunda parte (mucho más larga) consiste en aquel regurgitar del material tan manido en todos sus montajes que es blanco de mis críticas: por ello, la función va de más a menos. Y siendo la parte álgida muy buena y la parte baja muy justiita, el espectador presencia cómo el Brujo se despeña y nos arrastra con él.
Cuando lo ví por primera vez mi devoción por el teatro del Brujo era absoluta. Ahora me siento traicionado. Con ganas de gritar aquello de: "Renovarse o morir". Al final va a ser verdad lo que siempre se comenta: las viejas glorias tienen que aprender a retirarse a tiempo.
Link: http://www.elbrujo.es/

jueves, 30 de octubre de 2008

SOCIEDAD: LA REINA NO QUIERE EL MATRIMONIO PARA "LAS REINAS"

SOCIEDAD: En el último libro de Pilar Urbano, "La Reina Muy de Cerca", su protagonista, un personaje Real/irreal declara: "los gays pueden casarse, pero que a eso no lo llamen matrimonio".

El matrimonio entre dos personas del mismo sexo está contemplado y ordenado en el corpus legislativo español. Es muy grave que una persona que representa al Estado español no acate dicha Ley (al no querer acatar el principio de derecho al matrimonio que establece) e incluso la descalifique públicamente al decir: "los gays pueden casarse, pero que a eso no lo llamen matrimonio". Insisto: no llamarlo matrimonio es contrario a la Ley, no querer llamarlo matrimonio es desacato. Es más, no són los gays los que lo llaman matrimonio, sino el legislador. ¿Están los monarcas por encima de la Ley? ¿Acaso no deberíamos revisar las bodas concertadas por las Casas Reales -no hablo de las de hoy donde príncipes y princesas se casan con guardaespaldas, locutoras, modelos, sin duda por amor y por encima de las convenciones sociales, sino de las de antes, que estrechaban los lazos entre Casas Reales- y decir "los monarcas pueden casarse, pero que a eso no lo llamen matrimonio", mejor que lo llamen "unión de conveniencia"?

Para los que siguen queriendo cambiar la palabra "matrimonio": ¿por qué se empeñan en tener emparejamientos de primera clase y de segunda clase?, que es lo que la diferenciación semántica conlleva. Es decir, si lo que se ejerce es un mismo derecho, la figura jurídica de ese derecho tiene que ser una sola, ya que diferentes acepciones corren el riesgo de conllevar diferentes ámbitos de ordenación jurídica. Por ello hay que recelar de los que pretenden otorgar un derecho cuando difícilmente lo acatan si no es con sutilezas semánticas de matrimonio para unos, unión civil para otros, para satisfacer así su juicio moral donde el matrimonio así entendido es superior a la unión civil, que sería el "eso" de la frase "a eso que no lo llamen matrimonio". Claro que si los protestones aceptan que convivan dos definiciones y se quieren quedar con "matrimonio" para el uso exclusiva del mundo heterosexual (ya sea entre dos asesinos, un violador y su sobrina víctima o entre un divorciado y una ex-monja), esto se podría solucionar de la forma siguiente: que sólo se aplicase "matrimonio" para los que se casasen por rito religioso (aunque, ojo, que casarse por la iglesia anglicana valdría, y en ella se ofician bodas entre personas del mismo sexo, y ello necesitaría también discriminar entre la bondad espiritual de las religiones, e introducir variantes como "matrimonio católico", "matrimonio anglicano", "matrimonio budista", "matrimonio de la iglesia del santo salvador del septimo día" etc.), y que por contra sólo se le llamase "unión civil" a los que se casasen por un acto civil en el juzgado o en el ayuntamiento; si se optase por esta propuesta, esto tendría una connotación importante... que toda la documentación legal sólo reconociese a efecto jurídico a las uniones civiles (ya sea para reclamaciones económicas, seguros de viudedad, beneficios sociales etc.) La extensión de esto es que la utilización de la palabra matrimonio sería exclusivamente de uso privado, y evidentemente los registros de las iglesias no tendrían ninguna validez jurídica para certificar que una unión se hubiese celebrado. Así se podría aceptar la separación semántica que nos proponen los que hoy están ejerciendo oposición en este tema, ya que la unión civil se convertiría de jure en el emparejamiento de primera clase, y el matrimonio en el de segunda clase. Puesto que es la palabra "matrimonio" la que les importa, con este arreglo, todos contentos, ¿ no? ¿O es que de veras querían que el matrimonio entre homosexuales fuera una unión de segunda clase?

martes, 28 de octubre de 2008

TEATRO: LIPSYNCH de Robert Lepage.

El Domingo pasado (26 de octubre 2008) estuve en el Teatro de Madrid para ver las tres partes de esta obra de Robert Lepage.
Maratón de función. Primero, una confesión: no pude aguantar las ocho horas y media de función de un tirón y me fui faltando dos horas, es decir dejando la tercera parte para el domingo que viene. La mente no daba para más (el cuerpo tampoco).
Mejor verlo por partes. Antes de hablar de la experiencia teatral o de las bondades del montaje, simplemente decir que Lepage tiene un concepto del montaje escénico muy personal y original. Pero tantas horas seguidas hacen que la frescura del planteamiento, la originalidad del montaje, y la fluidez de la escenificación se tornen a veces en algo repetitivo visualmente, incluso previsible y a veces hasta un poco forzado. Dicho esto, Lepage tiene un sello absolutamente personal, y sus planteamientos son de teatro "puro", lo que se agradece.
Es un texto con tésis. Esta obra es ante todo un texto controlado, aquilatado, donde cada escena combina una reflexión metafísica sobre la naturaleza de las personas, su interacción, la vida y la muerte (todo eso, sí). Y a la vez, es una indagación metronómica sobre las rutinas, las soledades, las pequeñas cosas con importancia. Y es una tésis sobre la voz: sus significados, sus manifestaciones, su presencia (y ausencia).
Es un malabarismo escénico. Ante nuestros ojos el espacio escénico se acota, se divide, se amplía, se cierra, se aisla, se fragmenta, se abre, y así muchas veces, jugando con elementos definidos, modulares, multifuncionales. Nunca tan "poco" atrezzo había dando tanto de sí. Lepage hace verdaderos juegos malabares con la escena. Pero nunca para epatar, sino siempre en complicidad con el espectador y reforzando el texto, de manera depurada y acompasada.
Sobre el aspecto multilingue: en esta obra los actores se desenvuelven en varios idiomas (francés, alemán, español). A veces estos saltos encajan perfectamente en el guión. Otras veces parece un recurso forzado que nos detrae de la esencia del texto. Su mayor acierto de utilización: la cena en el restaurante donde el director novel intenta reunir a los actores para explicar su película. Aquí prima la ausencia de comunicación, y cuando los personajes mezclan sus diferentes idiomas ello refuerza la impresión de egoismo, de egocentrismo, de incomunicación, de vacío, de malentendido... son monólogos que ni siquiera se enfrentan: simplemente se ignoran.
Una obra multimedia: como es habitual en Lepage, aquí se mezclan teatro, música, canción, vídeo, ilustración gráfica, radio, televisión, sonido, luz. Un teatro total que utiliza todos los medios de expresión y nunca de forma gratuita. Cada zona del espacio sonoro y visual de la escena tiene una finalidad y es parte del metódico engranaje de esta obra.
¿Una obra mecánica? Todo está controlado: por un lado, las vidas de los personajes, cuyos destinos se van entremezclando, siguiendo unas líneas que confluyen inexorablemente, y cuyo trazo vamos descubriendo, intuyendo, adivinando, anticipando. Por otro lado, los significados de la voz para cada personaje, convirtiéndose cada uno en su manifestación, en su víctima, en su redentor. Toda la obra es una contante puesta en escena. Es una permanente escenificación de la voz (las voces).
El planteamiento: simplemente genial. Robert Lepage es un maestro para urdir varias historias, profundamente humanas y absolutamente universales a la vez. Logra mantener nuestra atención, nuestra implicación, tanto emocional como intelectual, e ilustra con estas historias diferentes variaciones sobre la voz, su significado, sus medios de expresión, sus soportes de difusión, su forma de ocupar espacios interiores y exteriores, su uso y también su abuso, su importancia y su inutilidad. Todo ello es un verdadero "tour de force" que nos conmueve y que nos estimula. Es teatro de altos vuelos al alcance de todos. Es... simplemente genial.
Links:
www.robertlepage.com
www.tsf.org.uk